Este sandwich es un clásico que me recuerda a las meriendas, fiestas de cumpleaños y toda clase de Celebraciones que se hacían en casa.
Reconozco que somos una familia muy de celebraciones , se celebraba todo, cumpleaños y acontecimientos varios, como: Carnavales con Fiesta de mamarrachos (para lo que teníamos que disfrazarnos, de eso, de mamarrachos con gran despliegue de imaginación), Fiesta de la Primavera, en la que dejábamos literalmente pelados arboles, matas y demás plantas que florecían en el jardín para hacernos las coronas y los collares, causándole autentico disgusto a nuestro querido Luis, jardinero, chófer, mayordomo y contador de historias de terror ocurridas en su pueblo de la sierra, y a su mujer Fortunata (la cocinera), con la que se casó porque mi madre lo obligó bajo amenaza de cárcel si no lo hacía y que por cierto, fueron muy felices y tuvieron cuatro hijos más, aparte del «motivo» del «enlace».
También celebrábamos la Pascua, recuerdo la búsqueda desesperada de los huevos de chocolate escondidos en el jardín, nos propinábamos autenticas palizas, patadas, tirones de pelo y empujones para encontrarlos y por supuesto después de esta batalla campal se pasaba al comedor donde nos esperaba una gran merienda.
Para esa ocasión mamá encargaba una tarta ( a una Sra. ,…que las hace muy bien), que era grande, rectangular y estaba cubierta con coco rallado teñido de verde y sobre este un conejito rosa.
Mi madre y mis tías (las Balta), tomaban el té, papá y sus amigos un whisky y a los niños nos daban chicha morada o limonada, que no se porque motivo nos ponía como una moto, de modo que a la hora que se iban todos los invitados y nos tenían que bañar y poner el pijama (ese día no se cenaba, porque según mi madre estábamos empachados) , nos daban una cucharadita de agua de azahar para que nos calmáramos y que pudiéramos dormir después de un día de tantas emociones, por recomendación de la Pio pio, que aparte de matar pavos, lavar y planchar como nadie, era «yerbatera» y sabía todos los secretos de las plantas y yerbas.
La Navidad era un acontecimiento único, en esa época le regalaban a papá un pavo enorme, casi un avestruz, que se encargaba de sacrificar en el patio de servicio, la lavandera a la que por esa razón llamábamos Pio pio, todavía la recuerdo dándole de beber una botella entera de Pisco al pobre animal antes de cortarle el cuello con gran habilidad, ella decía que de esa forma la carne quedaba mas tierna y el pavo se moría feliz, debía de ser cierto, porque seguía caminando sin cabeza unos minutos mas, que a mi se me hacían eternos y a mis hermanos les divertía a morir.
Eran famosas las meriendas en las que se llenaba la mesa del comedor, que era una mesa enorme, para 12 personas, «sin poner el tablero como decía mamá», con sandwiches de pollo, triples, de jamón y queso, de aceitunas negras con pimiento y nueces, butifarritas, petipanes con jamón dulce y huevo hilado, tartas, eclairs de «La tiendecita blanca» empanaditas de carne del «El buen gusto», alfajores y gelatinas de todos los colores.
Recuerdo con emoción como se me aceleraba el corazón esperando a mis amiguitas a las 4 de la tarde , bien peinada y vestida con mi vestidito de «Pepe Grillo».
Esta es mi versión del sandwich de pollo de mamá, aunque como el que ella hace no hay igual, pero nos acercamos bastante.
Espero que os guste y que lo disfrutéis en familia.
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